Como es bien conocido, Charles R. Darwin (1809-1882) participó como naturalista en la expedición del Beagle por América del sur y el Pacífico en el año 1831. El viaje que comenzó cuando él tenía sólo 22 años terminó cinco años más tarde. Durante ese período Darwin tuvo tiempo para realizar muchas observaciones, compilar información y reflexionar sobre los datos que iba recopilando y sobre algunos textos como el que lleva el nombre de Principios de Geología de Charles Lyell, donde encontró buenas síntesis de argumentos evolucionistas como los defendidos por Lamarck.
En el año 1858 Darwin recibió un paquete por correo enviado desde una alejada isla del archipiélago Malayo, la actual Indonesia. El paquete contenía un texto que resumía los resultados de la investigación llevada a cabo por Alfred Russel Wallace (1823-1913). El escrito contenía una extraordinaria exposición de “la teoría de la evolución por selección natural”. Su claridad expositiva hace que todavía hoy ese texto conserve gran valor pedagógico. Darwin llevaba dos décadas elaborando una teoría equivalente a la de ese escrito y estuvo a punto de abandonar su proyecto al leer el trabajo. Fue precisamente Charles Lyell y el botánico Joseph Dalton Hooker quienes intervinieron en favor de los intereses de su amigo Darwin. El escrito de Wallace fue publicado en los “Proceedings” de la prestigiosa Sociedad Linneana, precedido de otra contribución de Darwin que contenía algunos fragmentos de un ensayo de 1844 no publicado y una carta escrita al botánico Asa Gray. Los escritos fueron publicados en agosto de 1858 salvando así el derecho de Darwin a reclamar la originalidad del trabajo que llevaba preparando durante tanto tiempo y que todavía no había visto la luz. Fue en el año siguiente, 1859, cuando Darwin publicó los resultados del trabajo que había realizado durante los años precedentes en un libro titulado “On the Origin of Species by Means of Natural Selection”. El éxito de este libro permite afirmar que fue en este momento cuando nació la “teoría de la evolución por medio de la selección natural”.
La estructura de la teoría de la evolución por selección natural [Lewontin 1970; Sarkar 2007] tal como Darwin y Wallace la expusieron en sus escritos se apoya en tres puntos básicos:
1. Los descendientes heredan los caracteres de los progenitores de generación en generación. Darwin, sin embargo, no conocía las leyes de la herencia sobre las que se estaba trabajando precisamente en los años en los que dio a conocer su teoría. Las leyes de la herencia que hoy son aceptadas científicamente y que fueron descubiertas por Mendel no se conocieron hasta el comienzo del siglo XX. Las explicaciones propuestas por Darwin para la herencia de los caracteres resultaron erróneas y fueron pronto rechazadas. Estas explicaciones, no obstante, no formaban parte del contenido del “Origen de las especies”.
2. En el proceso de la herencia ocurren variaciones espontáneas que son por azar o ciegas. Se habla de variaciones por azar o ciegas en un doble sentido. Por una parte no se pueden determinar sus causas. Por otra parte, dichas variaciones no están orientadas a una mejor adaptación del organismo al medio, es decir, no hay ninguna orientación a priori en ellas. En la primera edición del “Origen de las especies” Darwin rechazaba explícitamente la herencia de los caracteres adquiridos defendida por Lamarck. Más tarde, sin embargo, matizó dicho rechazo.
3. Existe reproducción diferenciada en los individuos de una población. El motivo es doble: o bien algunos individuos poseen mayor fertilidad que otros, o bien están mejor adaptados al medio. Mejor adaptación al entorno se traducirá en una mayor supervivencia y, consiguientemente, en una mayor descendencia.
El impacto de las ideas de Darwin/Wallace fue enorme. Muy poco después de la publicación del “Origen de las especies”, ya en la década de los 60, la evolución basada en la selección natural defendida por Darwin era, en la práctica, universalmente aceptada. No obstante, muy pronto empezaron a plantearse las primeras objeciones a su propuesta.
Darwin se enfrentó personalmente con buena parte de las objeciones que se han puesto hasta nuestros días a su teoría de la evolución. Sus puntos de vista fueron expuestos en sucesivas ediciones del “Origen de las especies” [Darwin 2002: 183]. No solamente se centró en el problema del origen y el incremento de la complejidad de los seres vivos, sino también, por ejemplo, abordó problemas como el de la escasez de registro fósil disponible de los supuestos seres vivos que debían haber existido como consecuencia de una evolución gradual como la defendida en su propuesta [Darwin 2002: 349].
Reflexión filosófica y teoría de la evolución
La filosofía es una disciplina que busca alcanzar una perspectiva global frente a la realidad. No hay nada que pueda escapar a la mirada de la filosofía en su intento de encontrar la síntsis o conexión con la globalidad de lo real, es decir, cómo cada porción de lo real encaja en el amplio paisaje de la realidad [Polo 1995: 21].
Por este motivo, la filosofía trasciende siempre el ámbito de la parcela sobre la cual detiene su atención. Su vocación es enfrentarse con las preguntas más radicales. La filosofía es una disciplina que busca los principios o causas primeras de la realidad. Esta es la manera más exigente de adoptar una perspectiva global. Decir que la filosofía trata de alcanzar los principios de la realidad de la que se ocupa equivale a decir que lo que se espera de la filosofía es que ofrezca respuestas últimas sobre los problemas que se plantea, que no es lo mismo que decir que se espera de ella respuestas definitivas.
Lo anterior no significa que la filosofía sea una especie de disciplina independiente o al margen de lo que el conocimiento ordinario o científico ofrecen a nuestro entendimiento. No existe una filosofía pura e incontaminada con cuestiones que son consideradas de menor importancia o superficiales. Toda filosofía auténtica debe estar bien enraizada en lo que se sabe, sea cual sea el método o la vía por la que se nos ha hecho presente dicho saber.
Por tanto, la peculiaridad y también dificultad del conocimiento filosófico consiste en su aspiración a conseguir una perspectiva global. Dicha aspiración hace que la filosofía no siempre se pueda discernir con facilidad de doctrinas a las que podríamos llamar pseudofilosofías. También se podría hablar de la existencia de pseudociencias. Dichas pseudo-doctrinas tienen como verdadero punto de apoyo y se alimentan en gran parte de ideologías a las que sirven de portavoz. Es normal que la pseudofilosofía y la pseudociencia aprovechen las limitaciones propias del conocimiento científico para tratar de llenar sus huecos con consideraciones que, con frecuencia, encierran una componente ideológica. La biología, con su complejidad, sus temas y su grado actual de desarrollo, es un campo abonado para este tipo de pseudodoctrinas.
Por otra parte, no hace falta justificar la necesidad de hacer una filosofía de la biología. Es suficiente constatar que dicha filosofía es inevitable, como lo prueban las numerosas publicaciones y los trabajos realizados en esta disciplina.
Aquí no se va a tratar el problema fundamental de la filosofía de la biología, que es la vida. Solamente se abordarán, y de manera muy breve, algunas de las cuestiones filosóficas que ha suscitado la teoría de la evolución. Algunas de ellas comparecen de manera implícita, o a veces explícitamente, sustentando los debates a los que se ha hecho referencia anteriormente.
Teoría de la evolución y evolucionismo
Es importante distinguir entre Teoría de la evolución, que aquí hemos presentado como una teoría de carácter estrictamente científico, y el Evolucionismo.
La confusión de la teoría de la evolución con el evolucionismo es frecuente y ha dado lugar a controversias como la que ha enfrentado el darwinismo con el creacionismo o, más recientemente, con el “Diseño Inteligente”. Las pugnas de este tipo no llegan nunca a ningún puerto porque, ordinariamente, la discusión se centra en aspectos de ámbito filosófico. Este es precisamente el ámbito que los contendientes no pueden alcanzar al pretender mantenerse dentro de la ciencia. El recurso a ideologías, al menos implícito, hace el acuerdo imposible.
La distinción anterior guarda relación con la acusación dirigida por algunos contra la teoría de la evolución de que no es propiamente ciencia sino filosofía, debido a que se expone de una manera en la que deja muchos campos de dudas, no como algo probado en laboratorio que <es o no es>.
Evolución y finalidad
La teoría de la evolución ha sido un incentivo poderoso para la reflexión filosófica desde sus primeras formulaciones.
El debate sobre las causas en la naturaleza es tan antiguo como la filosofía. Las reflexiones acerca del movimiento centran las reflexiones de los primeros filósofos griegos. Los frutos más maduros de esta reflexión se encuentran en la doctrina Aristotélica de las cuatro causas: material, formal, eficiente y final. La evolución del pensamiento posterior a Aristóteles incide de una manera u otra en el modo en que dichas causas son entendidas. La ciencia experimental, desde su nacimiento, ha tenido una importante repercusión en esta comprensión. El nacimiento de la mecánica, por ejemplo, modificó de una manera sustancial el modo de entender las cuatro causas y, de una manera particular, la causa final. El efecto de esta modificación es importante tenerlo en cuenta para entender la orientación que han seguido muchos de los debates de carácter filosófico en torno a la teoría de la evolución.
El pluralismo causal de la tradición realista es más rico que el que se deriva de la filosofía mecánica y sobre el que se apoyan todavía muchos de los debates que tienen que ver con la finalidad y las causas en general. El pluralismo causal se enfrenta a los monismos de diverso signo que han sido propuestos como explicación causal de la evolución, los más importantes de tipo materialista. La propuesta de la tradición realista no se enfrenta a un naturalismo metodológico como el que es patente en las palabras de Ayala citadas anteriormente. La filosofía de la tradición realista asume todo lo que la ciencia puede decir en su ámbito, pero encuadra la finalidad, como causa, en un contexto más amplio del que corresponde al método científico.
Esto implica que el tema de Dios no deja de ser un tema plenamente racional y que el ámbito científico contribuye necesariamente a la reflexión filosófica: la ciencia, a la que pertenece la teoría de la evolución, a través de la filosofía, tiene que ver con Dios.
CITA
Collado González, Santiago, Teoría de la Evolución, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL:http://www.philosophica.info/archivo/2009/voces/evolucion/Evolucion.html